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miércoles, 25 de mayo de 2011

12 Vida de San Francesco Vamos a Roma


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Éramos ya un grupito. El pueblo, la gente de los alrededores, nos apreciaban. Es más, el mismo obispo Guido, a cuya disposición y obediencia siempre estuvimos, nos aconsejaba y nos estimaba. Desde el primer momento en que el Señor me regaló al hermano Bernardo y luego nos enriqueció con otros "dones" de hermanos, intentamos formar una familia. Tarda mos un montón en encontrar el nombre apropiado para bautizar al grupo. A mí me decían que era de la familia de Pedro de Bernardone; a Bernardo, de la de Quintavalle...; pero lo que queríamos era dar un nombre propio a este nuevo nacimiento en la sociedad y en la Iglesia, a esta plantita que brotaba de nuestro querer seguir el santo evangelio y vivir juntos, como hermanos -en "fraternidad"-, el ideal evangélico y ponernos al servicio del pueblo en la Iglesia y desde la Iglesia. Después de estrujar y dar muchas vueltas a la cabeza, de habernos bautizado con diversos nombres, al final decidimos llamarnos Hermanos Menores.
Ésta fue la razón por la que nos encaminamos a Roma. Queríamos tener una entrevista con el papa Inocencio III, es decir, queríamos una audiencia para conocer el parecer personal del Pontífice, pues ya conocíamos el del obispo de Asís. Con él nos encontramos en Roma. Él había venido a sus asuntos, acaso problemas político-religiosos, pero quizá más políticos que religiosos. Nosotros veníamos, como digo, para pedir permiso al Papa para poder vivir esta "forma de vida" que habíamos elegido. No se lo habíamos comunicado al obispo Hugo.
frailes
Cuando nos vio en Roma se entristeció mucho, pues pensaba que abandonábamos su diócesis para ir a otras; tal era la estima que nos tenía. Al tener conocimiento del porqué de nuestra estancia en la Ciudad Eterna, se alegró y nos ayudó cuanto pudo, particularmente a través de su amigo el cardenal Juan de San Pablo, benedictino, obispo de Ostia, un buen hombre, un hombre de Dios, pero no muy abierto a los movimientos de entonces, acaso por las tensiones y rupturas que muchos de ellos habían hecho con la sociedad y con la Iglesia. Cuando nos oyó y se informó de nuestro propósito, a pesar de que nos insistió una y mil veces en que optásemos por una de las formas de vida tradicionales dentro de la Iglesia, y ver nuestra negativa y testarudez razonada, se hizo nuestro valedor ante Inocencio III.
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También al Papa le costó mucho aprobar nuestra forma de vida evangélica, y eso que había abierto las puertas a muchos movimientos heréticos, logrando vivir el evangelio en la unidad y en la caridad. No me reveló la visión que tuvo, y que cuenta Celano, cuando en sueños vio a un pobre hombre sosteniendo la basílica de San Juan de Letrán, que se venía al suelo, y que luego Giotto pintó en la basílica Superior de Asís, como ya lo hubiese hecho el maestro de san Francisco en la Inferior. Pero sí que dije al Papa, en forma parabólica; que el Rey me había dicho que si quienes no viven según el evangelio comen de su mesa, más lógico es que lo hagan quienes son hijos suyos y viven según el evangelio.
Inocencio III estudió nuestra propuesta, deliberó con los cardenales; había entre ellos muchos reacios, por lo que nos hizo esperar un buen tiempo, que lo pasamos asistiendo a los enfermos en el hospital de San Antonio -de los Antoninos, lo llamaban-, cerca de San Juan de Letrán, y desempeñando otros trabajos manuales para ganarnos el sustento; hasta que, llamados de nuevo a su presencia, nos aprobó nuestro "propósito de vida" oralmente, y nos prometió muchos más favores para más adelante si tenía buenas noticias acerca de nosotros.
Esto es lo que queríamos. No pretendíamos de Inocencio III más que el "visto bueno" en esta nuestra andadura, y con su bendición, en la Iglesia y desde la Iglesia, vivir el evangelio para servicio al pueblo de Dios.