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viernes, 23 de septiembre de 2011

Il mistero della tomba di San Francesco

I


"Quel che Francesco vuole dire che è inutile andare in Terra Santa per liberare i luoghi santi, che Betlemme può essere ovunque, anche a Greccio, purché Cristo sia nel cuore. Quello che Francesco fa è riaprire gli occhi di questo bambino morto, cioè riaprire nel cuore dei fedeli, quell’amore per gli altri che era assolutamente morto. Quindi l’invenzione del presepio mi sembra sia proprio la risposta di Francesco alle Crociate. L’essenziale non è sconfiggere, uccidere; al contrario, è far rivivere il messaggio di Cristo. Quel che è straordinaria è l’idea che Francesco ha avuto di andare, e per prima cosa parlare con i crociati, poi con gl’infedeli, e predicare in una maniera tutta diversa da quella che la Chiesa di solito faceva, e poi di ritornare cercando di far capire come fosse completamente inutile quello che si stava facendo e che produceva solo odio." Una sola radice condivisa poteva infatti accomunare i due campi avversi: Il Gesù dei Vangeli, e Quello stesso del Corano. Il comune messaggio di "pace e bene", che riunisce i popoli della terra in una sola "Ecumene". Tutti insieme in un'unica civiltà: ieri come oggi, insoluto problema della convivenza pacifica dei popoli. Francesco sapeva molto bene quel che voleva e ciò che faceva. La sua missione di pace sovrastava ogni capacità d'ordinaria comprensione da parte dei fautori della crociata. Elia e Francesco, che poi lo raggiunse, ambedue armati della sola Fede, portavano nel mondo musulmano "la parola sacra d'un Dio universale", messaggio che venne compreso e accettato dal Califfo. Il Sultano del Cairo -come non dice la cronaca richiamata- aveva dimostrato di possedere senz’altro una mente aperta, attenta ai problemi dello spirito, ed era un abile politico, ma era soprattutto "un Maestro Sufi", "un massone d’oriente iniziato all’arte regia", cosa che consentì di creare tra di loro rapprti più intensi, in quanto, secondo molti elementi, sia Franceco che Elia dovevano appartenere o avere forti legami con "la fratellanza massonica". A tal proposito abbiamo trovato un'altra botola, in un libro di recente pubblicazionw "il santo dal Sultano", di John Tolan, ed. Laterza, che parla dell'incontro tra il Sultano e Francesco e di "due bacchette" e di un "corno" d'avorio, regalati dal Califfo a Francesco, oggetti che si trovano nella teca nella "Cappella delle Reliquie" nella Basilica Inferiore". L'autore, a pag 333 del libro citato, riporta il pensiero di Idries Shah, che ritiene che Francesco fosse stato iniziato al sufismo in Francia, e fosse entrato nella tenda come "novizio", uscendone dopo 10 giorni come ";Maestro Sufi". Non fu quindi Francesco a "convertire" il Sultano, come ha cercato di sostebere l'agiografia ufficiale, ma questi a riconoscere le qualità inizitiche di Francesco, a cui trasmettere l'insegnamento del Profeta e dei Grandi Maestri Sufi, come Rumi, le cui poesie assomigliano molto a quelle dell'Assiate.

miércoles, 6 de julio de 2011

Pelicula Hermano Sol Hermana Luna

 





Es hermosa.
Hecha por Franco Zeffirelli, el mismo que hizo la clasica version de Jesus de Nazareth.
Es la vida de San Francisco de Asis







sábado, 4 de junio de 2011

daily photo art

Photobucket

Entradas en Italiano Io amo quel che ami tu.

Piangendo Francesco
disse un giorno a Gesù
Amo il sole,amo le stelle,
amo Chiara e le sorelle,
amo il cuore degli uomini,
amo tutte le cose belle.
O mio Signore,mi devi perdonare
perché te solo io dovrei amare.
Sorridendo il Signore
gli rispose cosi
Amo il sole,amo le stelle,
amo Chiara e le sorelle,
amo il cuore degli uomini,
amo tutte le cose belle.
O Francesco,non devi pianger più
perché io amo quel che ami tu.

miércoles, 25 de mayo de 2011

12 Vida de San Francesco Vamos a Roma


francisco_roma
Éramos ya un grupito. El pueblo, la gente de los alrededores, nos apreciaban. Es más, el mismo obispo Guido, a cuya disposición y obediencia siempre estuvimos, nos aconsejaba y nos estimaba. Desde el primer momento en que el Señor me regaló al hermano Bernardo y luego nos enriqueció con otros "dones" de hermanos, intentamos formar una familia. Tarda mos un montón en encontrar el nombre apropiado para bautizar al grupo. A mí me decían que era de la familia de Pedro de Bernardone; a Bernardo, de la de Quintavalle...; pero lo que queríamos era dar un nombre propio a este nuevo nacimiento en la sociedad y en la Iglesia, a esta plantita que brotaba de nuestro querer seguir el santo evangelio y vivir juntos, como hermanos -en "fraternidad"-, el ideal evangélico y ponernos al servicio del pueblo en la Iglesia y desde la Iglesia. Después de estrujar y dar muchas vueltas a la cabeza, de habernos bautizado con diversos nombres, al final decidimos llamarnos Hermanos Menores.
Ésta fue la razón por la que nos encaminamos a Roma. Queríamos tener una entrevista con el papa Inocencio III, es decir, queríamos una audiencia para conocer el parecer personal del Pontífice, pues ya conocíamos el del obispo de Asís. Con él nos encontramos en Roma. Él había venido a sus asuntos, acaso problemas político-religiosos, pero quizá más políticos que religiosos. Nosotros veníamos, como digo, para pedir permiso al Papa para poder vivir esta "forma de vida" que habíamos elegido. No se lo habíamos comunicado al obispo Hugo.
frailes
Cuando nos vio en Roma se entristeció mucho, pues pensaba que abandonábamos su diócesis para ir a otras; tal era la estima que nos tenía. Al tener conocimiento del porqué de nuestra estancia en la Ciudad Eterna, se alegró y nos ayudó cuanto pudo, particularmente a través de su amigo el cardenal Juan de San Pablo, benedictino, obispo de Ostia, un buen hombre, un hombre de Dios, pero no muy abierto a los movimientos de entonces, acaso por las tensiones y rupturas que muchos de ellos habían hecho con la sociedad y con la Iglesia. Cuando nos oyó y se informó de nuestro propósito, a pesar de que nos insistió una y mil veces en que optásemos por una de las formas de vida tradicionales dentro de la Iglesia, y ver nuestra negativa y testarudez razonada, se hizo nuestro valedor ante Inocencio III.
papa_honorio
También al Papa le costó mucho aprobar nuestra forma de vida evangélica, y eso que había abierto las puertas a muchos movimientos heréticos, logrando vivir el evangelio en la unidad y en la caridad. No me reveló la visión que tuvo, y que cuenta Celano, cuando en sueños vio a un pobre hombre sosteniendo la basílica de San Juan de Letrán, que se venía al suelo, y que luego Giotto pintó en la basílica Superior de Asís, como ya lo hubiese hecho el maestro de san Francisco en la Inferior. Pero sí que dije al Papa, en forma parabólica; que el Rey me había dicho que si quienes no viven según el evangelio comen de su mesa, más lógico es que lo hagan quienes son hijos suyos y viven según el evangelio.
Inocencio III estudió nuestra propuesta, deliberó con los cardenales; había entre ellos muchos reacios, por lo que nos hizo esperar un buen tiempo, que lo pasamos asistiendo a los enfermos en el hospital de San Antonio -de los Antoninos, lo llamaban-, cerca de San Juan de Letrán, y desempeñando otros trabajos manuales para ganarnos el sustento; hasta que, llamados de nuevo a su presencia, nos aprobó nuestro "propósito de vida" oralmente, y nos prometió muchos más favores para más adelante si tenía buenas noticias acerca de nosotros.
Esto es lo que queríamos. No pretendíamos de Inocencio III más que el "visto bueno" en esta nuestra andadura, y con su bendición, en la Iglesia y desde la Iglesia, vivir el evangelio para servicio al pueblo de Dios.

domingo, 20 de febrero de 2011

11 VIDA DE SAN FRANCESCO Los compañeros


Me sucedió, con motivo de haberme desheredado mi padre y el juicio público en la plaza del Obispado, que la mayoría del pueblo, amigos, conocidos y hasta quienes estaban de acuerdo con las ideas y principios de mi padre, al verme sin nada, sólo con el cobijo que te puede dar la tierra por somier y el cielo por techo, comenzó a recriminar a mi padre, unos en público, otros por lo bajines, apiadándose de mí y diciendo: "¡Qué va a ser de este mozuelo: mendigar le da miedo, cavar y trabajar no sabe; qué será de él!" Y decían verdad, porque ni yo sabía lo que iba a ser de mí. Sólo una cosa era cierta: quería realizarme entregándome a Dios y a los hermanos. Lo demás irá tomando forma con el tiempo, con el contacto de la vida, los consejos, la relectura del evangelio...
Yo, antes del suceso que reunió al pueblo ante el obispo Guido, ya me había hecho "donado" de la iglesita de San Damián, una especie de "penitente" de aquellos años, y como ellos comencé restaurando iglesias, trabajando con mis propias manos en otras faenas, animando a la gente con la que me encontraba o pasaba por San Damián, pidiendo limosna. Yo, que hasta poco antes daba limosna, me ponía a pedir cuando la necesidad apretaba a los leprosos, después de atenderles; precisaban de ella, pues también comen, se medican, visten...
Así fue transcurriendo el tiempo, y la gente no me había echado en olvido; todo lo contrario, me espiaba, cotilleaba sobre mi vida y comportamiento con los pobres, sobre todo con los leprosos... Como siempre sucede, había división de opiniones; algunos, aunque extrañados, me apoyaban; otros me detestaban como persona repelente por mi actitud hacia la tradición de los mayores; otros, en fin, se quedaban perplejos, sin decidirse ni en pro ni en contra...
Finalmente, un día (los detalles de estas cosas huyen y se olvidan, no el hecho) un caballero de Asís, persona de peso por su clase y por su vida, Bernardo de Quintavalle, después de haberme invitado muchas veces a su palacio, decidió venirse conmigo. Nunca había perdido mi amistad. Y se vino conmigo con todas las consecuencias de lo que esto comportaba: dejar todas las cosas, dárselo a los pobres, no dejarlo entre los familiares, porque entonces sería como no abandonarlo, y luego vivir los dos juntos, formando una familia, una fraternidad. Algunos años más tarde todavía nos llamaban y nos llamábamos los "Penitentes de Asís".
frailes
Poco después se nos unió el hermano Gil de Asís. Carecía de bienes, pero tenía y supo conservar la riqueza del trabajo de sus manos. También vinieron Pedro Cattani, un jurista, y un canónigo que estaba muy pegado al dinero; se acordaba de que algunas piedras que le compré no se las había pagado a su justo precio, y viéndome con Bernardo que repartíamos sus bienes a los pobres, me exigió lo que según él le debía; le pedí que metiese la mano en la faltriquera de Bernardo y cogiese lo que creía era suyo. Silvestre, éste era su nombre, lo hizo así. Cogió cuanto le cabía en las manos y se alejó. La conciencia no le dejaba tranquilo. Pensaba en ello y no podía olvidarse de nosotros. Así pasaron los días, hasta que, finalmente, también él se unió al grupo. Éramos una fraternidad pequeña. Siempre se comienza así.
Me había quedado solo, solo con el Padre del cielo, y abandonado de todos. Pero he aquí que mi vida, mi modo de ser, comenzó a poner en hervidero a los de mi pueblo y a los pueblos vecinos, y así fue como otros muchos, como "don" del Señor, vinieron a unirse a nosotros.
Cuando éramos pocos, queríamos darnos unas normas sacadas del evangelio, y fueron éstas: seguir a Jesús; ser pobres y servidores; anunciar el evangelio; trabajar con nuestras manos y formar fraternidad, orar con la Iglesia... Y con estos elementos intentamos realizar nuestra vida.

viernes, 18 de febrero de 2011

10 VIDA DE SAN FRANCESCO El Cristo que me habló

Fue poco antes de comenzar a trabajar como albañil. Estaba de rodillas, meditando, mirándome a mí mismo con los ojos interiores, los que contemplan lo que somos, las obras, pensamientos, omisiones..., indescifrables a los ojos de los demás; de vez en cuando elevaba la mirada exterior a la cruz que presidía la iglesia de San Damián, ante la que yo me encontraba de hinojos, cuando de pronto sentí aquellas palabras que tantas veces has oído o leído: "¡Francisco, ve y repara mi casa, pues, como ves, amenaza ruina!" Yo, ni corto ni perezoso, comencé a trabajar, como dije antes, con la paleta de albañil, y a colocar piedras que ocultasen los huecos o unir lo resquebrajado... Pero, de pronto, me di cuenta, pasado un tiempo y tras haberme confiado a otras personas, que la Iglesia era más que las ermitas de San Damián, San Pedro de la Espina, la Porciúncula... No quiero decir que abandonase la albañilería, el continuar reparando iglesitas en mal estado y casi abandonadas, no, sino que, como digo, me di cuenta de que el rostro de Jesús, ese Jesús que me miraba desde la cruz, era más vivo, más latente, más dialogante; que la Iglesia tenía un cuerpo, el de los hombres, y los hombres un rostro, el de Cristo.
sandamian
Desde este momento intenté encontrarme con la Iglesia y con los hombres, viendo en ellos el rostro de Jesús. Y comencé a aclararme las ideas y, al lado de los hombres, de la Iglesia que vive cada día, que sufre y que duda, comencé a sentir cercano al Cristo de San Damián, muerto, pero resucitado y ascendiendo por encima del círculo que hay en lo alto de la cruz damianita y que son las limitaciones de nuestra humanidad; lo vi muerto, pero resucitado en el leproso particularmente.
sandamian
Hasta entonces siempre había intentado huir de su encuentro, aunque a veces, por necesidad, al ir a algunas de las tierras paternas, tenía que pasar cerca de alguna leprosería. Ahora, sin embargo, comprendí que "lo que hagáis a uno de mis hermanos pequeños, menores, a mí me lo hacéis". Comprendí también que el leproso y Jesús tenían mucho en común: condenado a muerte en una condena realizada fuera de la ciudad, fuera de la convivencia social. A ambos, a Jesús y al leproso, había alguien que les amaba: Dios, porque el leproso había sido también capaz de cargar con el pecado propio, a veces demasiado pequeño o nulo, soportando la lepra, y con el ajeno, al llevar sobre sí el gran pecado de la injusticia social.
sandamian
Desde este momento me acerqué a los leprosos. No era para curarlos milagrosamente; tampoco Jesús lo hizo siempre. Comprendí que la lepra, como las demás enfermedades, son hermanas de nuestra naturaleza, forman fraternidad con nuestra hermana la muerte corporal. Nos dicen lo que somos: mortales. Pues bien, me acerqué a ellos para curarlos como a hermanos, como al Cristo de San Damián, pero en vivo, no sobre tabla en yeso y colores. Y tuve la gran suerte de comprender que el amor es el motor del evangelio, el corazón de la Iglesia y de la sociedad, el único capaz de crear la paz del espíritu, la paz interior y exterior, la fraternidad, la cercanía, la convivencia -también con los leprosos-, la vida... En mi propia cercanía al leproso comenzó el gran milagro: en mí, la conversión, y en ellos, la sonrisa que brota del amor

miércoles, 16 de febrero de 2011

09 VIDA DE SAN FRANCISCO Albañil


Después de lo ocurrido con mis padres ante las autoridades eclesiásticas y ante el pueblo allí congregado, me autodesterré. Así, como lo oyes. Quería demasiado a mis padres, a mi ciudad, a todos, y como había una ley que ordenaba que se desterrase de la ciudad al hijo desobediente a sus padres, resuelto a llevarlo a la práctica, muy consciente de lo que había motivado mi cambio de vida y de la revuelta originada en Asís, comprendí que de momento no podía quedarme en San Damián, donde me había hospedado el pobre sacerdote que, como he dicho, se llamaba Pedro. Todo esto me obligó a marchar a Gubbio. 

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Iba contento a mi nuevo destino. En contra del ambiente, las tradiciones y los decires de las amistades, compañeros y conocidos, había sido capaz de dar una respuesta a mi vida, decir en público lo que quería ser. Marchaba solo y, sin embargo, iba cantando en francés, como otras muchas veces. Hacía mucho frío, y ese año cayó una gran nevada, tal que los ancianos de los alrededores decían no haber conocido una semejante. Unos salteadores me salieron al paso, y al no encontrar nada de lo que esperaban, me preguntaron quién era, y dándoles por respuesta que era el "heraldo del Gran Rey", se rieron a mandíbula batiente, y entre todos me cogieron y tiraron a un hoyo que estaba lleno de nieve. Los bandidos se alejaron, yo salí del hoyo y cantando continué mi camino.
En una abadía, en Santa María de Valfabbrica, cerca de Gubbio, no me trataron bien, ni en la comida ni en el vestido. Intentaban aprovecharse de mí, pero como no mataba el hambre y los monjes no amaban al hombre, me marché. Llegué a Gubbio; mi amigo Spadalunga me acogió en su casa, me vistió y me dio de comer. Lo que dice Mateo en el evangelio sobre los lirios y los pájaros, veía que se estaba realizando en mí. Dios tenía gran cuidado de mí, y noté que me amaba más que a los pájaros o a los lirios. 

sandamian

Pasado un poco de tiempo, me volví a Asís; pero no me hospedé en la ciudad, viví en los alrededores, en San Damián, y me puse a reparar algunas iglesias que estaban abandonadas y en muy mal estado. Tenía que ganarme el pan. Era penitente, y uno de los trabajos, desde muy antiguo, entre los hermanos de la penitencia era reparar iglesias, y así lo hice. Pedía piedras y limosna para pagar éstas cuando no me eran regaladas, y pedía ayuda, y también comida para reparar las fuerzas desgastadas. Siempre me vi asistido.
Comencé este trabajo de albañil en San Damián, donde, además de la iglesia, reconstruí un pequeño monasterio al lado de la iglesia campestre. Éste se hizo famoso con Clara, que con otras compañeras vivió aquí unos largos cuarenta años. Ya se lo recordaba yo a la gente que pasaba por el camino..., pero creo que no se lo creían demasiado. Después me dieron la razón. Bueno, se la dieron al que nos llamó y nos dio el hacer penitencia, el ser y el hacernos nosotros mismos: Francisco y Clara; le dieron la razón al Señor.
Después de San Damián, marché a reparar otras ermitas de los alrededores de mi ciudad: San Pedro de la Espina, de la que no queda casi nada, y, acabado este trabajo, comencé y continué durante mucho tiempo en la mejora de la iglesia de la Porciúncula o de Nuestra Señora de los Ángeles. También trabajé en otras iglesitas.

martes, 15 de febrero de 2011

08 VIDA DE SAN FRANCESCO Desnudo, pero arropado por Dios

La vida seguía su ritmo. Nunca perdí la alegría. Eso sí, vi que tenía que optar por lo que tenía metido en la cabeza y creía que era lo mejor, aun en contra de la presión que hacía mi padre, la atracción de los amigos... Cada uno de los que me rodeaban quería hacerme a su imagen, y en particular mi padre. Ya había comenzado mal: el abandono de los amigos, la prisión en casa, el abandono definitivo de la casa paterna, la venta de retales y del caballo en Foligno, una ciudad vecina a Asís, y lo recaudado se lo había entregado a Pedro, un pobre sacerdote que me había acogido en la ermita de San Damián, donde prestaba su ministerio sacerdotal. Pero rechazó siempre el dinero por miedo a mi padre. 

desnudo
Mi padre, por su parte, se enfadó sobremanera, me buscó por todas partes, particularmente por miedo a perder su dinero, y pidió ayuda a los cónsules de la ciudad para que me obligasen a volver a casa...; finalmente, decidí entregarme yo, pero no en manos de la justicia civil, sino de la justicia eclesiástica. Y ante el obispo Guido Segundo, un buen obispo, mi amigo y consejero, decidí dar testimonio en público de mi cambio de vida.
Lo había pensado bien: mi padre me quería a su imagen y nada más, aunque era un amor profundo de padre y el deseo de que prolongase la estirpe y el nombre de Pedro de Bernardone; me daba de todo, pero haciéndome a su medida. Sin embargo, Dios, el Padre del cielo, me quería sin más y me dejaba ser libre, y continuaba amándome, aunque no viviese y no me formase según su imagen. Entonces comprendí lo que vale hacerse uno a sí mismo, formarse uno según el prototipo que el propio Dios te presenta, y comprendí que Dios me quería a mí, Francisco. 

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Debía entonces optar por mí, y por tanto por Dios y los demás, o por mi padre, dejando de ser yo, porque a mi padre ya se le había hecho la boca agua: al hablar de mí, parecía hablar de sí, se había adueñado de mi personalidad. 

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Sí, sí, delante del obispo, ante el palacio episcopal, en la plaza que hay ante la antigua catedral, la iglesia de Santa María la Mayor, decidí ser yo mismo, desnudándome de todo lo ajeno, de todo lo que quería aprisionarme, renunciando a todo lo que me impedía hacerme y realizarme, hasta de la ropa interior; todo se lo entregué a mi padre, no porque no amase al que me engendró -siempre amé a mi padre, a Pedro de Bernardote-, sino para que nada obstaculizase mi decisión, y a gritos llamé a Dios "padre", puesto que permitía realizarme, y recé y dije: "Padre nuestro que estás en los cielos..." Me desnudé, pero Dios me cubrió con su manto, y sentí su amor y tuve fuerzas' para derramar mi amor, su amor, con mi pobreza y debilidad, pero con su fuerza, a todo hombre y a todas las criaturas. 

Me quedé sin nada, desnudo, pero en este desprenderme hasta de mí mismo enriquecía hasta a los más ricos, porque me entregaba sin medida. Me dejaron solo, pero sentí siempre compañía...; una capa que te cubre, la del obispo; un amigo que te ofrece su casa y los vestidos, Spadalunga...

lunes, 14 de febrero de 2011

07 VIDA DE SAN FRANCESCO El Desconcierto Juvenil


pensador
Volví a reponerme, y busqué a los amigos y comencé a frecuentar los ambientes de antes. Intentaba convencerme a mí mismo de que no había pasado nada. Permanecían en mí los mismos anhelos, aunque ciertamente otra procesión rondaba por mi interior que me obligaba a ir un poco embobado en mis pensamientos. No sabía responder a mi inquietud interior. Reconocía que había en mí un algo, aunque era incapaz de explicarlo y explicármelo; un algo semejante a cuando te preguntan: "¿Qué te sucede?", y respondes: "Nada". Un nada que no significa nada, que no sabes explicarte, que te impide comunicarte con nadie; son momentos en los que uno aparta la vista de los demás y se encierra en su propio caparazón.
musicos
Algunos se dieron cuenta de mis miradas lejanas, perdidas..., por ese nerviosismo que desconoces de dónde procede y que intentas encubrir, aunque se manifieste sin saber cómo y sin querer... Mis amigos se dieron cuenta en diversos detalles, entre ellos porque -cuentan- perdía el paso del grupo, y estando junto a ellos vivía ausente, teniendo que llamarme; me preguntaban inquietos si estaba enamorado, y mi respuesta era afirmativa... Pues sí, es cierto, me sucedía todo esto; pero era incapaz de responderles a ellos y de responderme a mí mismo. Era esa lucha que parece venir de un enemigo invisible.
pensador
Todo ello me condujo a dar una respuesta a mi existencia; aunque la primera consecuencia fue negativa: enfrentamiento cada vez más duro y persistente con mi padre, hasta el punto de que tuvo que encerrarme. Y entre mi padre, que sufría lo indecible, y yo había una tercera persona que sufría por los dos: mi madre.
Después de ser encarcelado en la prisión familiar por mi padre, habiéndose marchado en uno de sus acostumbrados viajes, mi madre me abrió las puertas de la libertad. Esa libertad que intenté buscar en la tienda, en la soledad de aquella cueva que sólo conocía un amigo íntimo, en seguir los propios planes intentando no violentar las directrices de mis padres, los consejos de los amigos... Esa libertad que parece ser luz y no es más que un relámpago que te ciega; y ahí, en la oscuridad, debes hallarte a ti mismo, verte, ver tus valores..., la necesidad que tienes de romper con lo que te deforma o no ayuda a formarte...
Bueno, todo esto se dice así, en pocas palabras, pero el proceso fue lento y larguísimo

domingo, 13 de febrero de 2011

06 VIDA DE SAN FRANCESCO De nuevo en casa


Enfermo física y moralmente, volví a mi ciudad natal, Asís, después de pasar un año en la cárcel de Perusa.
conversacion
Permanecí encerrado en casa por largo tiempo, hasta reponerme casi del todo. Luego torné a las andadas: a encontrarme con los amigos de antes, a sentarme en torno a la buena mesa, a rondar por la noche entonando cantos de amor y de amigo, a soñar... Y quise hacer realidad, de nuevo, el sueño de grandeza: llegar a ser "caballero". Se me presentó una ocasión de oro. Salía una expedición de Asís presidida por el conde Gentile, que debía unirse en la Pulla con Gualterio de Brienne, que dirigía las huestes pontificias, en nombre de Inocencio III, en contra de ciertas pretensiones imperialistas. Esperaba consagrarme "caballero" en el mismo campo de batalla. Un buen caballo bien equipado y hechos todos los preparativos, me sumé a la comitiva del conde Gentile, que se dirigía a Espoleto.
Al llegar a esta ciudad, tuvimos noticias de la muerte de Gualterio. Debido a este contratiempo, que me truncaba las aspiraciones del joven que llevaba dentro, junto con la fiebre que de nuevo me acosaba, tuve que guardar reposo. Fue tiempo de reflexión, de sueños que parecían querer dar razón a mis deseos, aunque al mismo tiempo me inquietaban, me interrogaban.
sueno
Sucedió lo siguiente: uno de esos días de mucha fiebre, revuelta la mente por los anhelos de grandeza y los obstáculos que encontraba, me detuve en sueños en un palacio grande y lujoso, con grandes salas y pasillos, y entre estas suntuosas paredes vi abundantes armas, selladas con la cruz, y una bellísima esposa. Esto me sucedió varias veces. En cierta ocasión me llamaron por mi nombre y yo dije que quería ir a la Pulla a combatir, y me respondieron: "¿Quién puede favorecer más, el siervo o el señor?" "El Señor", respondí yo. Y la voz: "¿Por qué buscas entonces al siervo en lugar de al Señor?" Y en aquel momento quedé desconcertado, como Samuel, y dije: "¿Qué quieres que haga, Señor?" Y él me respondió: "Vuélvete a la tierra de tu nacimiento, porque yo haré que tu visión se cumpla espiritualmente".
Yo no sé si entonces entendí algo o nada. Lo cierto es que, enfermo, volví a casa. Había sido el punto de mira de todos los ojos de Asís en mi marcha, pero lo era también a mi regreso, y a la admiración de entonces se unió el cuchicheo de todos por mi poco valor, por mi flojera, por mi poca valía...
En casa pasé mucho tiempo con ese aguijón de querer comprender el sueño y no descifrarlo..., cargado de calentura, desencajado, enfermo...

sábado, 12 de febrero de 2011

05 VIDA DE SAN FRANCESCO Anhelos de grandeza


Siendo un mozalbete, quise fardar, presumir de lo rico que era mi padre, invitando a meriendas y fiestas a mis amigos y a quienes me hacían la rosca por ese motivo; quise fardar con mi francés y con un poco de música que sabía -siempre me ha gustado cantar-, interpretando canciones juglarescas; quise fardar ante las chicas de mi pueblo, pues todas anhelaban la posición económica de mis padres; quise fardar..., y mis amigos me convirtieron en el jefecillo de la pandilla. Era juguetón, dicharachero, alegre y bromista, con los bolsos siempre rotos, ya me entendéis...; pero era también un buen trabajador en la tienda de mi padre, al que tenía que suceder en el oficio; mi padre soñaba conmigo y se alegraba del modo de llevar las cosas, aunque a veces se enfadaba porque despilfarraba bastante; pero decía que era cosa pasajera, que ya sentaría la cabeza... Bueno, él quería hacerme a su imagen y semejanza. Mientras tanto, me dejaba hacer y yo me lo montaba para pasármelo chanchi. Eran años de romanticismo, de soñar, de juventud...
El ser jefecillo no lo era todo. Había que destacarse en algo más, sobre todo en ser mayor, que entonces se manifestaba siendo "noble". Y se me presentó la ocasión en una guerra entre Asís, mi pueblo, y Perusa.
roca
Me explico. Destruimos el castillo -la "Rocca" lo llamamos nosotros-, mientras el duque Conrado de Urslingen, representante del emperador, había marchado a Narni a entrevistarse con los embajadores de Inocencio III. Ausente el duque, vencimos a la guarnición que había dejado, destruimos la Rocca y con sus piedras construimos la muralla de la ciudad y la convertimos en "república".
cabellero
Los nobles, siempre acostados a la sombra del representante imperial, siempre dominando sobre los "menores" del pueblo y sus tierras, sufrieron las consecuencias del levantamiento popular. Hubo muertes, incursiones y destrucción de sus palacios, castillos y tierras, obligándoles a exiliarse fuera de Asís. La mayoría huyeron a Perusa, entre ellos la familia de Clara, siendo ella de corta edad. Los castillos de las cercanías de Asís fueron demolidos y las torres dentro de la ciudad desmochadas; humillamos su altivez. Asís y Perusa nunca se llevaron bien, y ahora había un doble motivo para enfrentarse: ayudar a los mayores, a los nobles asisienses, a recuperar sus bienes, sus tierras y sus castillos y palacios, y, por otra parte, el deseo constante de Perusa de someter a Asís. Sí, sí, las dos ciudades se enfrentaron y la guerra fue cruel y larga.
Pero a lo que iba. Yo, Francisco, no era noble, sólo rico, pero me coloqué entre los caballeros porque era "caballero", era capaz de tener mi propia cabalgadura y mis armas de este tipo y mi escudero, y me puse del lado de los caballeros en la batalla de "Collestrada", cerca del puente de San Juan, y en la refriega caí prisionero con otros caballeros asisienses y pasé un año, más o menos, en la cárcel de Perusa.
Aquí, en un lóbrego calabozo, comprendí lo que es la soledad obligada, la enemistad y la envidia... Mi carácter jovial, alegre, abierto..., a pesar de la situación en la que nos encontrábamos, sirvió para romper barreras entre caballeros y nobles igualados por la misma prisión, los mismos grilletes, la misma humedad... y hasta las mismas enfermedades. Al final, logré que la amistad nos uniera a todos. Era la única luz que podía iluminarnos e infundirnos ilusión y esperanza.

viernes, 11 de febrero de 2011

04 VIDA DE SAN FRANCESCO Nacimiento


NACÍ CUANDO mi padre se encontraba en Francia. No recuerdo ni el día, ni el mes, ni el año. No lo creo importante, aunque lo es para los historiadores, que lo colocan, después de muchas disputas, a caballo entre el 1181 y 1182. Lo importante es la vida. Es la conversión. 


asis

Bueno, dejando a un lado las fechas, me bautizaron pronto, como solían hacerlo por aquellos años de finales del siglo XII, y me pusieron de nombre Juan. Juana se llamaba mi madre, Juana Pica; san Juan Bautista es el patrón de los comerciantes en lanas..., ¿nací el día de san Juan Bautista? En resumidas cuentas, el nombre de pila es Juan. Sin embargo, por este nombre nadie me conoce. Mi nombre propio hoy es un apodo: Francisco, "el francés", aunque ya hubo gente que lo llevó antes que yo. "El francés", ¿por el origen francés de mi madre, según sostienen algunos?, ¿por la estima que mi padre profesaba a Francia, de donde traía las finas telas, o por sus ferias...? Lo cierto es que aprendí a hablar francés y en esta lengua me hice juglar de lo humano y de lo divino.
Acerca de mi niñez poco es lo que recuerdo. Como hijo de Pedro de Bernardone y de la señora Pica -Juana Pica-, que eran ricos comerciantes de Asís, fui a la escuela de la iglesia de San Jorge. Ahí aprendí un poco de todo, hasta latín, un latín muy sencillo, nada clásico, pero a través del cual me pude expresar y comunicar. Mi lengua propia, en la que siempre me comuniqué con los demás, era el dialecto umbro. 

retrato

En cuanto a mi retrato físico, ya adulto, lo ha dejado bien delineado Tomás de Celano, mi primer biógrafo: "De estatura mediana, tirando a pequeño; su cabeza, de tamaño también mediano y redonda; la cara, un poco alargada y saliente; la frente, plana y pequeña; sus ojos eran regulares, negros y candorosos; tenía el cabello negro; las cejas, rectas; la nariz, proporcionada, fina y recta; las orejas, erguidas y pequeñas; las sienes, planas; su lengua era dulce, ardorosa y aguda; su voz, vehemente, suave, clara y timbrada; los dientes, apretados, regulares y blancos; los labios, pequeños y finos; la barba, negra y rala; el cuello, delgado; la espalda, recta; los brazos, cortos; las manos, delicadas; los dedos, largos; las uñas, salientes; las piernas, delgadas; los pies, pequeños; la piel, suave; era enjuto en carnes; vestía un hábito burdo; dormía muy poco y era sumamente generoso" (I C. 83).

jueves, 10 de febrero de 2011

03 VIDA DE SAN FRANCISCO ASIS


Asís es una ciudad muy antigua, recostada en las estribaciones del monte Subasio, escalonando sus casas, y asomándose al valle de Espoleto. Está situada en la Umbría, entre la Toscana y la Marca de Ancona. Fue fundada, nos han dicho siempre, por los umbros, dominados luego por los etruscos, quienes se fundieron con aquéllos. Más tarde ocuparon nuestras tierras los romanos; en la ciudad se encuentran importantes recuerdos de su civilización: el templo de Minerva, en la plaza del ayuntamiento, y el "foro", que se oculta y conserva bajo la misma plaza. Un hombre ilustre que nació aquí, en Asís, fue el poeta latino Sexto Propercio. 

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En mis tiempos, la ciudad era un poco más pequeña, pero tan pintoresca como hoy: con sus calles estrechas y empinadas, que ascienden, escalón en escalón, las faldas de la montaña. Un recuerdo especial merece la catedral antigua, la iglesia de Santa María la Mayor: aquí me bautizaron. En la misma pila bautizaron también a Clara, Gil, Inés, Bernardo, Pedro Cattani... Hoy se encuentra en la nueva catedral, dedicada a san Rufino, el evangelizador de mi pueblo. La catedral es una bella construcción románica, aunque ya en su fachada balbucea el gótico. Al lado se encuentra la casa de Offreduccio de Favarone, el padre de Clara, Inés y Beatriz.

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Un recuerdo especial también para la iglesia de San Jorge, donde aprendí las primeras letras, donde me enterraron y donde hoy se levanta la basílica dedicada a la hermana Clara.
Sin olvidar el palacio del Capitán del Pueblo y la torre municipal -del Comune-, en cuya pared todavía hoy se pueden apreciar las medidas oficiales de la administración civil: las medidas del comercio y de la construcción, tejas y ladrillos; el palacio de los Priores, la casa donde nací -aunque a veces a uno le hacen nacer en dos o más sitios- el palacio de Bernardo...
Coronando las terrazas sobre las que se asienta mi pueblo, está el castillo -la Rocca-. No es la de mi época, sino la mandada construir por el cardenal español Gil de Albornoz, quien reposó mucho tiempo en la capilla del Crucifijo o de Santa Catalina, en la basílica que lleva mi nombre. El castillo de mi tiempo fue destruido y con sus piedras levantamos las murallas, signo de libertad e independencia del poder imperial germánico.
Todavía hoy se puede contemplar, en los alrededores, la pequeña iglesia de San Damián, donde trabajé de albañil y donde comenzó a florecer la familia de las "Hermanas Menores", o "Damas Pobres", o "Damianitas", o también "Clarisas". No lejos se halla la capilla de la Porciúncula o de Nuestra Señora de los Angeles, donación que nos hicieron los benedictinos, hoy dentro de una monumental basílica del siglo XVI. Y a medio camino entre ambas capillas está Rivo Torto, la primera residencia de los "Hermanos Menores".
Cercanos a la cumbre del Subasio se hallan los restos de la abadía de San Benito, de la que recibimos la Porciúncula en renta por el módico precio de un canastillo de peces del Tascio; y bajando, "Las Cárceles", prisión para monjes rebeldes, luego utilizada como lugar eremítico.

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miércoles, 9 de febrero de 2011

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"Joan D' Ark"

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cm 120x230 - 2004





"San Francesco "

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cm 118x170 - 2003

Private Collection





"Madonna of the Desire"

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gold and goldest altarolo
cm 71x56 - 2002





"Madonna of Asolo"

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cm 100x150 - 2001




"Battesimo Tramontano"

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cm 118x160 - 2001







"Saint Jo Martyr"

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cm 100x14 - 2000







"Magdalena Trans-pentita"

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cm 120x200 - 1998







"Sebastian's Martyrdom"

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cm 120x190 - 1998





"Madonna Lattea"

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cm 110x150 - 1997

Comienza haciendo lo que es necesario

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'Comienza haciendo lo que es necesario,
después lo que es posible
y de repente estarás haciendo lo imposible', 

San Francisco de Asís.

martes, 8 de febrero de 2011

02 VIDA DE SAN FRANCESCO La Iglesia



A la Iglesia se la veía como hoy. Los burgos, barrios de artesanos, consideraban lejanos y conservadores a los monasterios y abadías; se les había detenido el tiempo, pues no se acercaban al pueblo cuando éste se alejaba de ellos. Eran mejor vistos muchos de los nuevos "movimientos religiosos", que compartían los trabajos del pueblo, las mismas necesidades, les hablaban en su lengua...
monasterio
A Inocencio III se le tenía en gran estima, pero se pensaba que quería mandar mucho, en todo. Es cierto que era un hombre abierto. Tendrá fracasos como la IV Cruzada, que no realizará su sueño; pero, por otra parte, habrá un momento renovador en la Iglesia con el concilio IV de Letrán, que apoyará la vuelta de muchos movimientos religiosos al seno de la Iglesia, recuperando muchos valores que de otra manera se hubiesen convertido en frente opositor a ella misma y así sirvieron de fermento. Inocencio III fue un gran jurista, un gran político y un hombre de profunda convicción religiosa y alma de gran espiritualidad...
Este fervor religioso popular mantiene las peregrinaciones a Jerusalén y a Roma para venerar a los apóstoles Pedro y Pablo, y a Santiago de Compostela a venerar el cuerpo del apóstol; se construirán monasterios, catedrales, hospitales...; realidades que nacen del arrepentimiento de una conducta nada ejemplar.
No voy a hablar de las órdenes de Caballería, las Militares, los juglares... De todos gocé algo. Me tocó vivir en medio de esta variedad de circunstancias. Era la mía, mi época, mi tiempo, semejante al vuestro. Creo que no se debe decir ni mejor ni peor. Mi tiempo.