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domingo, 20 de febrero de 2011

11 VIDA DE SAN FRANCESCO Los compañeros


Me sucedió, con motivo de haberme desheredado mi padre y el juicio público en la plaza del Obispado, que la mayoría del pueblo, amigos, conocidos y hasta quienes estaban de acuerdo con las ideas y principios de mi padre, al verme sin nada, sólo con el cobijo que te puede dar la tierra por somier y el cielo por techo, comenzó a recriminar a mi padre, unos en público, otros por lo bajines, apiadándose de mí y diciendo: "¡Qué va a ser de este mozuelo: mendigar le da miedo, cavar y trabajar no sabe; qué será de él!" Y decían verdad, porque ni yo sabía lo que iba a ser de mí. Sólo una cosa era cierta: quería realizarme entregándome a Dios y a los hermanos. Lo demás irá tomando forma con el tiempo, con el contacto de la vida, los consejos, la relectura del evangelio...
Yo, antes del suceso que reunió al pueblo ante el obispo Guido, ya me había hecho "donado" de la iglesita de San Damián, una especie de "penitente" de aquellos años, y como ellos comencé restaurando iglesias, trabajando con mis propias manos en otras faenas, animando a la gente con la que me encontraba o pasaba por San Damián, pidiendo limosna. Yo, que hasta poco antes daba limosna, me ponía a pedir cuando la necesidad apretaba a los leprosos, después de atenderles; precisaban de ella, pues también comen, se medican, visten...
Así fue transcurriendo el tiempo, y la gente no me había echado en olvido; todo lo contrario, me espiaba, cotilleaba sobre mi vida y comportamiento con los pobres, sobre todo con los leprosos... Como siempre sucede, había división de opiniones; algunos, aunque extrañados, me apoyaban; otros me detestaban como persona repelente por mi actitud hacia la tradición de los mayores; otros, en fin, se quedaban perplejos, sin decidirse ni en pro ni en contra...
Finalmente, un día (los detalles de estas cosas huyen y se olvidan, no el hecho) un caballero de Asís, persona de peso por su clase y por su vida, Bernardo de Quintavalle, después de haberme invitado muchas veces a su palacio, decidió venirse conmigo. Nunca había perdido mi amistad. Y se vino conmigo con todas las consecuencias de lo que esto comportaba: dejar todas las cosas, dárselo a los pobres, no dejarlo entre los familiares, porque entonces sería como no abandonarlo, y luego vivir los dos juntos, formando una familia, una fraternidad. Algunos años más tarde todavía nos llamaban y nos llamábamos los "Penitentes de Asís".
frailes
Poco después se nos unió el hermano Gil de Asís. Carecía de bienes, pero tenía y supo conservar la riqueza del trabajo de sus manos. También vinieron Pedro Cattani, un jurista, y un canónigo que estaba muy pegado al dinero; se acordaba de que algunas piedras que le compré no se las había pagado a su justo precio, y viéndome con Bernardo que repartíamos sus bienes a los pobres, me exigió lo que según él le debía; le pedí que metiese la mano en la faltriquera de Bernardo y cogiese lo que creía era suyo. Silvestre, éste era su nombre, lo hizo así. Cogió cuanto le cabía en las manos y se alejó. La conciencia no le dejaba tranquilo. Pensaba en ello y no podía olvidarse de nosotros. Así pasaron los días, hasta que, finalmente, también él se unió al grupo. Éramos una fraternidad pequeña. Siempre se comienza así.
Me había quedado solo, solo con el Padre del cielo, y abandonado de todos. Pero he aquí que mi vida, mi modo de ser, comenzó a poner en hervidero a los de mi pueblo y a los pueblos vecinos, y así fue como otros muchos, como "don" del Señor, vinieron a unirse a nosotros.
Cuando éramos pocos, queríamos darnos unas normas sacadas del evangelio, y fueron éstas: seguir a Jesús; ser pobres y servidores; anunciar el evangelio; trabajar con nuestras manos y formar fraternidad, orar con la Iglesia... Y con estos elementos intentamos realizar nuestra vida.