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sábado, 12 de febrero de 2011

05 VIDA DE SAN FRANCESCO Anhelos de grandeza


Siendo un mozalbete, quise fardar, presumir de lo rico que era mi padre, invitando a meriendas y fiestas a mis amigos y a quienes me hacían la rosca por ese motivo; quise fardar con mi francés y con un poco de música que sabía -siempre me ha gustado cantar-, interpretando canciones juglarescas; quise fardar ante las chicas de mi pueblo, pues todas anhelaban la posición económica de mis padres; quise fardar..., y mis amigos me convirtieron en el jefecillo de la pandilla. Era juguetón, dicharachero, alegre y bromista, con los bolsos siempre rotos, ya me entendéis...; pero era también un buen trabajador en la tienda de mi padre, al que tenía que suceder en el oficio; mi padre soñaba conmigo y se alegraba del modo de llevar las cosas, aunque a veces se enfadaba porque despilfarraba bastante; pero decía que era cosa pasajera, que ya sentaría la cabeza... Bueno, él quería hacerme a su imagen y semejanza. Mientras tanto, me dejaba hacer y yo me lo montaba para pasármelo chanchi. Eran años de romanticismo, de soñar, de juventud...
El ser jefecillo no lo era todo. Había que destacarse en algo más, sobre todo en ser mayor, que entonces se manifestaba siendo "noble". Y se me presentó la ocasión en una guerra entre Asís, mi pueblo, y Perusa.
roca
Me explico. Destruimos el castillo -la "Rocca" lo llamamos nosotros-, mientras el duque Conrado de Urslingen, representante del emperador, había marchado a Narni a entrevistarse con los embajadores de Inocencio III. Ausente el duque, vencimos a la guarnición que había dejado, destruimos la Rocca y con sus piedras construimos la muralla de la ciudad y la convertimos en "república".
cabellero
Los nobles, siempre acostados a la sombra del representante imperial, siempre dominando sobre los "menores" del pueblo y sus tierras, sufrieron las consecuencias del levantamiento popular. Hubo muertes, incursiones y destrucción de sus palacios, castillos y tierras, obligándoles a exiliarse fuera de Asís. La mayoría huyeron a Perusa, entre ellos la familia de Clara, siendo ella de corta edad. Los castillos de las cercanías de Asís fueron demolidos y las torres dentro de la ciudad desmochadas; humillamos su altivez. Asís y Perusa nunca se llevaron bien, y ahora había un doble motivo para enfrentarse: ayudar a los mayores, a los nobles asisienses, a recuperar sus bienes, sus tierras y sus castillos y palacios, y, por otra parte, el deseo constante de Perusa de someter a Asís. Sí, sí, las dos ciudades se enfrentaron y la guerra fue cruel y larga.
Pero a lo que iba. Yo, Francisco, no era noble, sólo rico, pero me coloqué entre los caballeros porque era "caballero", era capaz de tener mi propia cabalgadura y mis armas de este tipo y mi escudero, y me puse del lado de los caballeros en la batalla de "Collestrada", cerca del puente de San Juan, y en la refriega caí prisionero con otros caballeros asisienses y pasé un año, más o menos, en la cárcel de Perusa.
Aquí, en un lóbrego calabozo, comprendí lo que es la soledad obligada, la enemistad y la envidia... Mi carácter jovial, alegre, abierto..., a pesar de la situación en la que nos encontrábamos, sirvió para romper barreras entre caballeros y nobles igualados por la misma prisión, los mismos grilletes, la misma humedad... y hasta las mismas enfermedades. Al final, logré que la amistad nos uniera a todos. Era la única luz que podía iluminarnos e infundirnos ilusión y esperanza.