.
.
.
.
.
.
.
.

miércoles, 16 de febrero de 2011

09 VIDA DE SAN FRANCISCO Albañil


Después de lo ocurrido con mis padres ante las autoridades eclesiásticas y ante el pueblo allí congregado, me autodesterré. Así, como lo oyes. Quería demasiado a mis padres, a mi ciudad, a todos, y como había una ley que ordenaba que se desterrase de la ciudad al hijo desobediente a sus padres, resuelto a llevarlo a la práctica, muy consciente de lo que había motivado mi cambio de vida y de la revuelta originada en Asís, comprendí que de momento no podía quedarme en San Damián, donde me había hospedado el pobre sacerdote que, como he dicho, se llamaba Pedro. Todo esto me obligó a marchar a Gubbio. 

sandamian

Iba contento a mi nuevo destino. En contra del ambiente, las tradiciones y los decires de las amistades, compañeros y conocidos, había sido capaz de dar una respuesta a mi vida, decir en público lo que quería ser. Marchaba solo y, sin embargo, iba cantando en francés, como otras muchas veces. Hacía mucho frío, y ese año cayó una gran nevada, tal que los ancianos de los alrededores decían no haber conocido una semejante. Unos salteadores me salieron al paso, y al no encontrar nada de lo que esperaban, me preguntaron quién era, y dándoles por respuesta que era el "heraldo del Gran Rey", se rieron a mandíbula batiente, y entre todos me cogieron y tiraron a un hoyo que estaba lleno de nieve. Los bandidos se alejaron, yo salí del hoyo y cantando continué mi camino.
En una abadía, en Santa María de Valfabbrica, cerca de Gubbio, no me trataron bien, ni en la comida ni en el vestido. Intentaban aprovecharse de mí, pero como no mataba el hambre y los monjes no amaban al hombre, me marché. Llegué a Gubbio; mi amigo Spadalunga me acogió en su casa, me vistió y me dio de comer. Lo que dice Mateo en el evangelio sobre los lirios y los pájaros, veía que se estaba realizando en mí. Dios tenía gran cuidado de mí, y noté que me amaba más que a los pájaros o a los lirios. 

sandamian

Pasado un poco de tiempo, me volví a Asís; pero no me hospedé en la ciudad, viví en los alrededores, en San Damián, y me puse a reparar algunas iglesias que estaban abandonadas y en muy mal estado. Tenía que ganarme el pan. Era penitente, y uno de los trabajos, desde muy antiguo, entre los hermanos de la penitencia era reparar iglesias, y así lo hice. Pedía piedras y limosna para pagar éstas cuando no me eran regaladas, y pedía ayuda, y también comida para reparar las fuerzas desgastadas. Siempre me vi asistido.
Comencé este trabajo de albañil en San Damián, donde, además de la iglesia, reconstruí un pequeño monasterio al lado de la iglesia campestre. Éste se hizo famoso con Clara, que con otras compañeras vivió aquí unos largos cuarenta años. Ya se lo recordaba yo a la gente que pasaba por el camino..., pero creo que no se lo creían demasiado. Después me dieron la razón. Bueno, se la dieron al que nos llamó y nos dio el hacer penitencia, el ser y el hacernos nosotros mismos: Francisco y Clara; le dieron la razón al Señor.
Después de San Damián, marché a reparar otras ermitas de los alrededores de mi ciudad: San Pedro de la Espina, de la que no queda casi nada, y, acabado este trabajo, comencé y continué durante mucho tiempo en la mejora de la iglesia de la Porciúncula o de Nuestra Señora de los Ángeles. También trabajé en otras iglesitas.