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jueves, 10 de febrero de 2011

03 VIDA DE SAN FRANCISCO ASIS


Asís es una ciudad muy antigua, recostada en las estribaciones del monte Subasio, escalonando sus casas, y asomándose al valle de Espoleto. Está situada en la Umbría, entre la Toscana y la Marca de Ancona. Fue fundada, nos han dicho siempre, por los umbros, dominados luego por los etruscos, quienes se fundieron con aquéllos. Más tarde ocuparon nuestras tierras los romanos; en la ciudad se encuentran importantes recuerdos de su civilización: el templo de Minerva, en la plaza del ayuntamiento, y el "foro", que se oculta y conserva bajo la misma plaza. Un hombre ilustre que nació aquí, en Asís, fue el poeta latino Sexto Propercio. 

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En mis tiempos, la ciudad era un poco más pequeña, pero tan pintoresca como hoy: con sus calles estrechas y empinadas, que ascienden, escalón en escalón, las faldas de la montaña. Un recuerdo especial merece la catedral antigua, la iglesia de Santa María la Mayor: aquí me bautizaron. En la misma pila bautizaron también a Clara, Gil, Inés, Bernardo, Pedro Cattani... Hoy se encuentra en la nueva catedral, dedicada a san Rufino, el evangelizador de mi pueblo. La catedral es una bella construcción románica, aunque ya en su fachada balbucea el gótico. Al lado se encuentra la casa de Offreduccio de Favarone, el padre de Clara, Inés y Beatriz.

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Un recuerdo especial también para la iglesia de San Jorge, donde aprendí las primeras letras, donde me enterraron y donde hoy se levanta la basílica dedicada a la hermana Clara.
Sin olvidar el palacio del Capitán del Pueblo y la torre municipal -del Comune-, en cuya pared todavía hoy se pueden apreciar las medidas oficiales de la administración civil: las medidas del comercio y de la construcción, tejas y ladrillos; el palacio de los Priores, la casa donde nací -aunque a veces a uno le hacen nacer en dos o más sitios- el palacio de Bernardo...
Coronando las terrazas sobre las que se asienta mi pueblo, está el castillo -la Rocca-. No es la de mi época, sino la mandada construir por el cardenal español Gil de Albornoz, quien reposó mucho tiempo en la capilla del Crucifijo o de Santa Catalina, en la basílica que lleva mi nombre. El castillo de mi tiempo fue destruido y con sus piedras levantamos las murallas, signo de libertad e independencia del poder imperial germánico.
Todavía hoy se puede contemplar, en los alrededores, la pequeña iglesia de San Damián, donde trabajé de albañil y donde comenzó a florecer la familia de las "Hermanas Menores", o "Damas Pobres", o "Damianitas", o también "Clarisas". No lejos se halla la capilla de la Porciúncula o de Nuestra Señora de los Angeles, donación que nos hicieron los benedictinos, hoy dentro de una monumental basílica del siglo XVI. Y a medio camino entre ambas capillas está Rivo Torto, la primera residencia de los "Hermanos Menores".
Cercanos a la cumbre del Subasio se hallan los restos de la abadía de San Benito, de la que recibimos la Porciúncula en renta por el módico precio de un canastillo de peces del Tascio; y bajando, "Las Cárceles", prisión para monjes rebeldes, luego utilizada como lugar eremítico.

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